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Todos los cristianos somos susceptibles a caer en pecado cuando hay un vacío emocional, espiritual o relacional en nuestra vida que Dios no está llenando. Sin embargo, los líderes experimentamos peligros adicionales al frente de la Iglesia.

Al reflexionar en las situaciones a las que yo estoy expuesto, pienso en cinco circunstancias que son luchas comunes a quienes vivimos en el liderazgo. Comento también algunas estrategias que nos ayudan a permanecer en libertad.

1. La presión del liderazgo

Estar al frente implica mucho desgaste, resolver conflictos, proteger al grupo de las amenazas externas, y mantener la unidad. Cuando no manejamos bien el estrés, la mente y el espíritu se debilitan, y nuestra carne toma el control. De esa manera, hacemos muchas cosas para buscar la paz… incluso en pecados que nunca antes imaginamos.

En Mateo 11:29-30 Cristo nos recuerda,

Toma mi yugo y aprende de mí, y encontrarás alivio, refresco, recreación y quietud para tu alma. Mi carga es útil, suave, llena de gracia y placentera.

Forma el hábito de revisar durante o al final del día si estás acumulando presión. Revisa tu corazón, para evaluar si has dejado de confiar en que Dios tiene el control en tus actividades, y si estás luchando con tus fuerzas. Cuenta con tu familia y amigos para aconsejarte y comentar las cosas que te cargan. Encárgate de las cosas que están a tu alcance, y confía genuinamente en que Dios hará lo que parece imposible.

2. El cansancio crónico

El liderazgo puede implicar largas noches de desvelo, fines de semana sin tiempo libre, y múltiples funciones simultáneas. El cansancio no nos permite pensar con claridad, baja nuestros estándares morales, y nos hace creer en mentiras como que el sexo, o las sustancias ilícitas nos devolverán la energía. En Deuteronomio 5:12-15 Dios nos ordena descansar un día de la semana, y eso incluye un porcentaje de descanso suficiente cada día. No es posible que habiendo sido salvos de esclavitud en Cristo, y llamados al ministerio, ahora escojamos voluntariamente la esclavitud de no descansar.

Guardar el balance entre el ministerio, suficientes horas de sueño y de actividades de reposo y deporte nos protegerán de poner en riesgo nuestra santidad y al ministerio.

3. El amor desmedido por las riquezas

El exceso de prosperidad financiera puede crear en el líder una mentalidad egoísta, y una actitud de patrón en vez de siervo, pensando cosas como “me merezco algunos lujos”, o “si yo lo administro, puedo disfrutar del dinero de la obra”. Muchos perdieron el rumbo y resultaron gastando el dinero en lugares o hábitos pecaminosos solo porque podían pagarlo, o por darse un “premio”.Salomón, explicaba a su hijo en Proverbios 3:10-11,

“Honra al Señor con tus riquezas, con tus frutos y con tus cosechas, y así tendrás abundancia.”

Acostúmbrate a entregar cuentas de la manera en la que administras el dinero del ministerio. Escribe en lugares visibles, como en la libreta de cheques del ministerio, versículos que te recuerden que el dinero proviene y pertenece al Señor, y no a ti, y que su uso es para su gloria, y para no tu ganancia.

4. La ausencia de placeres sanos

Muchas veces los líderes nos olvidamos de los placeres sencillos, como hacer ejercicio, disfrutar a nuestra familia, tener un pasatiempo, disfrutar un devocional personal o compartir con un círculo de amigos y amigas. En medio del aburrimiento o la frustración por la ausencia de estos gozos, tomamos la primera oportunidad de placer pecaminoso ilegítimo que se presente.

Si estás sintiendo el ataque de la tentación, quizás no te estás deleitando lo suficiente en el Señor, en las muchas formas legítimas en las que puedes divertirte. Es lo que la Biblia nos explica en Salmos 37:4-5. Busca a tus amigos y amigas, practica una actividad que te enriquezca, dedica tiempo para tu familia. Así construirás un corazón fuerte que está lleno de relaciones, de gozo y de validación, y preparado para cuando la tentación ataque.

5. La acumulación de poder

El apóstol Pablo explica en 2 Corintios 13:9-11 que como apóstol usaba su autoridad para fortalecer a otros, para velar por la restauración del necesitado, para edificación, y no para destrucción de los creyentes. El hecho de que la gente cree en nuestra palabra como líderes, no debe aprovecharse para cometer o encubrir un pecado.

Si tú como líder has sentido la tentación de aprovecharte de tu influencia para seducir a alguien, por ejemplo, o para oprimir a otros, reconoce ante Dios tu falta, y confiésalo a un amigo ministro. Revisa si aún permaneces viviendo una actitud y hábitos de servicio, o si te has dedicado simplemente a dar órdenes. Mantener la llama de la humildad y la entrega genuina a otros, te protegerá también de ceder ante el pecado.


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